Ayer termine de leer el tercer libro de la ahora famosa escritora Stephenie Meyer. Pero claro para estar en esa instancia de lectura, hice trampa. Algo fuera de mi habitual costumbre de leer en orden sagas de este tipo, y antes de ver las películas.
En este caso yo desconocía completamente la existencia de los libros, y al conocer, un año atrás, de la aparición de la película Crepúsculo deseché rápidamente la posibilidad de verla ya que consideré que se trataría de una película de vampiros más. Pero, al ver hace un tiempo, la publicidad de la segunda parte de la historia en cuestión, y la cantidad de fans que había logrado, me pico el bichito de la curiosidad y cedí a la tentación.
Ya al tanto de que había cuatro libros esperando por su próximo lector, un día domingo decidí tomar el camino más fácil, ver directamente la película. La coloqué con entusiasmo y expectativa en el reproductor de Dvd y me sumergí en ella. Fue tal el hechizo que logró en mí que dos días más tarde me encontraba en el cine viendo Luna Nueva.
Tal vez porque soy mujer, por ende, romántica, es que esta historia de amor, bastante enmarañada y fantástica, me atrapo tanto. Incluso habiendo leído criticas bastante ácidas y convincentes en Página 12, muchas de las cuales he descubierto que son ciertas, es decir, que coincido con ellas, me fue imposible no querer saber cómo continuaba la historia.
Unas semanas después, ante mi emoción y curiosidad -con la que debo haber hartado-, la tercera parte -esta vez el libro- llegó a mí en forma de regalo de Navidad. Lo comencé dos días después de esta fecha. En cuatro días ya había devorado las seiscientas y tantas páginas del libro negándole la posibilidad de llegar al 2010 sin descubrir la totalidad del contenido de sus hojas.
He me aquí, esperado ansiosamente leer Eclipse, incluso queriendo devorar los dos primeros libros a pesar de que ya conozco aquella parte de la misma. A pesar de que haya hombres lobos celosos, vampiros “vegetarianos”, mucha pasión contenida que la autora no les permite soltar, y marcas de su puritanismo protestante en torno al cielo-infierno, la carnalidad, el matrimonio -entre otras cosas-, se ha convertido para mí en una especie de “droga”, ya que no puedo dejar de imaginar finales posibles.
Presentando al conjunto de novelas como la historia de amor entre una humana –Bella- y un vampiro -Edward-, en la que se encuentra un tercero en discordia, un licántropo -Jacob- que intenta conquistar a la muchacha. Donde la misma está enamorada de ambos, pero “no puede vivir” -que irónico- sin su hombre muerto y frio, su vampiro, suena bastante tonto y trillado. Incluso si vemos las marcas antes mencionadas introducidas por la autora, que intentan ser aleccionadoras de “deber ser” social, pero, en este caso, entre mounstros mitológicos.
Consciente de todos estos detalles asumo que la historia aparentemente ridícula me ha atrapado verdaderamente. Ya que Stephenie Meyer ha logrado humanizar de tal forma a estos personajes imaginarios que ya no es posible verlos como lo que realmente son. Se ha convertido simplemente en el relato de vivencias humanas, con enredos sentimentales, rodeada de un aura de seducción. Un mundo de fantasía donde todo parece ser real.