viernes, 22 de noviembre de 2013

La inseguridad es una sensación

Una sensación que te toca de vez en cuando. Algunos tienen la suerte de que sea 1 vez cada uno o dos años, o más quizás. Otros tienen la mala racha de que les toque varias veces en un mismo año. Otros la sufren por sus personas cercanas, a los que esta sensación los abraza y repercute en su familia. Hoy es una sensación que difícilmente no se conozca en carne propia. Creo que nadie puede decir en la actualidad que no probó de su gusto. Amargo, por cierto.

La inseguridad es una sensación, que a veces toma forma, se hace de piel y hueso, adquiere un nombre y un apellido, un número de DNI, un color de vehículo, un número de patente y ciertos rasgos físicos, que probablemente no olvides. Si andas por la calle despierto y atento capaz que un día te lo/s cruzas en alguna otra circunstancia, o en la misma, que sería lo peor. Esas características que caminan, andan en moto o en auto, son la personalización de tu sensación de inseguridad. La inseguridad es una sensación, una sensación que toca, que angustia, y en algunos caso hasta duele o mata.

Ayer me robaron dos varones en una moto. No voy a usar el término hombre, porque no creo que llegaran a serlo. Uno tenía cerca de 20 años (o menos), contextura mediana tirando a chica, ojos claros, cabello castaño, pelo corto, tez trigueña. Él conducía. La persona que se bajó por mis pertenencias era más grande, de unos 30 años, con rulos, cabello medio largo, castaño, piel morena, y ropa clara y sucia. Su moto no parecía preparada para correr una carrera de persecución. Era un tipo 110, aunque más vieja y chica, sin color para mi, y con patente. Sí, con patente. Por esto uno pensaría que son improvisados, inexpertos, pero parece que no. Al irse, hábilmente el ladrón tapó la patente con su mano. Era una patente vieja, de esas que tienen las letras y los números en vertical. H….4… lo que alcancé a ver.

Después de frenarse a unos metros de la vereda por donde yo iba caminando, el varón de atrás se bajó. Ahí supe que me iban a robar. Frente al Parque de las Heras, sin ningún auto que pasara en ese momento, atiné a cruzar la calle y tratar de evitar la situación. “NO, vos te quedás acá”, dijo una voz, mientras una persona con un arma se me acercaba amenazante. Hice caso. Tomó el celular de mi mano, y después me ordenó que le diera mi cartera. Miré por última vez mis pertenencias, mi facultad, mis trabajos, mi trabajo, y le entregué mi bolso resignada. Aunque no tanto, porque pedí mis libros. Esos que ellos no van a leer. Esos que ellos no van a usar. Esos que a ellos no les va a servir. Esos que ellos van a tirar. El conductor me miró como si me acabara de cruzar en la calle. Tranquilo. Inmutable. Inexpresivo. Como si no me escuchara. Como si nada pasara. El ladrón se subió a la moto. Ambos se fueron, con mis cosas.

Sí, la inseguridad es una sensación, que a veces tiene cara, nombre y apellido, y una moto. Esa sensación a veces se lleva tus cosas, tu oficina ambulante, tus trabajos y tus esfuerzos. Esa misma sensación también a veces se roba tú tiempo, cuando no una parte de tu cuerpo o tu vida entera.
Cuando caí en que se estaban yendo con mis cosas, empecé a correr. Intenté inútilmente alcanzarlos y ver hacia dónde se iban. Mientras corría, los autos que pasaban por mi lado me tocaban bocina. No, no era para apoyarme en mi carrera. Era esa situación típica de hombres babosos por una mujer que corre (?). Al verme consternada, y ante mi grito de “Me robaron”, una de estas personas dejó de verme como un pedazo de carne que se movía para personificarme y brindarme asistencia. Llamó a la policía. En la Pritty quedamos en encontrarnos, cual cita, sólo que ésta era con desgracia.

En las 2 cuadras que caminé hacia la Pritty pregunté a los limpiavidrios y las personas que se encontraban por el Parque si alguien había visto a estos varones. Nada. No existieron para nadie, sólo para mí.

La policía llegó rapidísimo (Ojalá hubiesen estado custodiando el parque, zona donde al parecer roban mucho). Expliqué la situación. Dos móviles me socorrieron. Uno me llevó a la comisaría más cercana.
En la comisaría esperé, y esperé. A la hora pudieron tomarme la denuncia. Después de una interrumpida entrevista sobre el suceso, me dieron el papel que acreditaba lo sufrido. Mi sensación de inseguridad pasó a tener un número de sumario.

Lo peor. Después de toda la declaración se me pregunta si podría reconocer a los individuos. Pero antes, se hace toda una introducción de lo engorroso y la pérdida de tiempo que para mi significaría decir que sí, y pasar a mirarlos a un destacamento especial de la Policía donde tienen todos los rostros sospechosos en una computadora. Obviamente este preámbulo hace que las personas se no quieran reconocer a sus agresores. ¿No tendría que promoverse el reconocimiento? ¿No debería alentarse y facilitarse los trámites para que las personas que comenten un delito puedan ser aprehendidas rápidamente? La respuesta de la persona que me tomó la denuncia fue al estilo de “E´lo que hay”. “Si todo funcionara como debería ser, en el lugar que te robaron debería haber habido policías custodiando, y no los había”. Fin de la cuestión.
nas se desalientes y digan que no podrían reconocer a los delincuentes. ¿Cómo puede ser que desde la misma policía se desaliente el reconocimiento?

En resumen, la inseguridad es una sensación, y la seguridad, también.