Una sensación que te toca de vez
en cuando. Algunos tienen la suerte de que sea 1 vez cada uno o dos años, o más
quizás. Otros tienen la mala racha de que les toque varias veces en un mismo
año. Otros la sufren por sus personas cercanas, a los que esta sensación los
abraza y repercute en su familia. Hoy es una sensación que difícilmente no se
conozca en carne propia. Creo que nadie puede decir en la actualidad que no
probó de su gusto. Amargo, por cierto.
La inseguridad es una sensación,
que a veces toma forma, se hace de piel y hueso, adquiere un nombre y un
apellido, un número de DNI, un color de vehículo, un número de patente y
ciertos rasgos físicos, que probablemente no olvides. Si andas por la calle despierto
y atento capaz que un día te lo/s cruzas en alguna otra circunstancia, o en la
misma, que sería lo peor. Esas características que caminan, andan en moto o en
auto, son la personalización de tu sensación de inseguridad. La inseguridad es
una sensación, una sensación que toca, que angustia, y en algunos caso hasta
duele o mata.
Ayer me robaron dos varones en
una moto. No voy a usar el término hombre, porque no creo que llegaran a serlo.
Uno tenía cerca de 20 años (o menos), contextura mediana tirando a chica, ojos
claros, cabello castaño, pelo corto, tez trigueña. Él conducía. La persona que
se bajó por mis pertenencias era más grande, de unos 30 años, con rulos,
cabello medio largo, castaño, piel morena, y ropa clara y sucia. Su moto no
parecía preparada para correr una carrera de persecución. Era un tipo 110, aunque
más vieja y chica, sin color para mi, y con patente. Sí, con patente. Por esto
uno pensaría que son improvisados, inexpertos, pero parece que no. Al irse, hábilmente
el ladrón tapó la patente con su mano. Era una patente vieja, de esas que
tienen las letras y los números en vertical. H….4… lo que alcancé a ver.
Después de frenarse a unos metros
de la vereda por donde yo iba caminando, el varón de atrás se bajó. Ahí supe
que me iban a robar. Frente al Parque de las Heras, sin ningún auto que pasara
en ese momento, atiné a cruzar la calle y tratar de evitar la situación. “NO,
vos te quedás acá”, dijo una voz, mientras una persona con un arma se me
acercaba amenazante. Hice caso. Tomó el celular de mi mano, y después me ordenó
que le diera mi cartera. Miré por última vez mis pertenencias, mi facultad, mis
trabajos, mi trabajo, y le entregué mi bolso resignada. Aunque no tanto, porque
pedí mis libros. Esos que ellos no van a leer. Esos que ellos no van a usar.
Esos que a ellos no les va a servir. Esos que ellos van a tirar. El conductor
me miró como si me acabara de cruzar en la calle. Tranquilo. Inmutable.
Inexpresivo. Como si no me escuchara. Como si nada pasara. El ladrón se subió a
la moto. Ambos se fueron, con mis cosas.
Sí, la inseguridad es una
sensación, que a veces tiene cara, nombre y apellido, y una moto. Esa sensación
a veces se lleva tus cosas, tu oficina ambulante, tus trabajos y tus esfuerzos.
Esa misma sensación también a veces se roba tú tiempo, cuando no una parte de tu
cuerpo o tu vida entera.
Cuando caí en que se estaban
yendo con mis cosas, empecé a correr. Intenté inútilmente alcanzarlos y ver
hacia dónde se iban. Mientras corría, los autos que pasaban por mi lado me
tocaban bocina. No, no era para apoyarme en mi carrera. Era esa situación
típica de hombres babosos por una mujer que corre (?). Al verme consternada, y
ante mi grito de “Me robaron”, una de estas personas dejó de verme como un
pedazo de carne que se movía para personificarme y brindarme asistencia. Llamó
a la policía. En la Pritty quedamos en encontrarnos, cual cita, sólo que ésta
era con desgracia.
En las 2 cuadras que caminé hacia
la Pritty pregunté a los limpiavidrios y las personas que se encontraban por el
Parque si alguien había visto a estos varones. Nada. No existieron para nadie,
sólo para mí.
La policía llegó rapidísimo (Ojalá
hubiesen estado custodiando el parque, zona donde al parecer roban mucho).
Expliqué la situación. Dos móviles me socorrieron. Uno me llevó a la comisaría
más cercana.
En la comisaría esperé, y esperé.
A la hora pudieron tomarme la denuncia. Después de una interrumpida entrevista
sobre el suceso, me dieron el papel que acreditaba lo sufrido. Mi sensación de
inseguridad pasó a tener un número de sumario.
Lo peor. Después de toda la
declaración se me pregunta si podría reconocer a los individuos. Pero antes, se
hace toda una introducción de lo engorroso y la pérdida de tiempo que para mi
significaría decir que sí, y pasar a mirarlos a un destacamento especial de la
Policía donde tienen todos los rostros sospechosos en una computadora.
Obviamente este preámbulo hace que las personas se no quieran reconocer a sus agresores. ¿No tendría que promoverse el reconocimiento? ¿No debería alentarse y facilitarse
los trámites para que las personas que comenten un delito puedan ser aprehendidas
rápidamente? La respuesta de la persona que me tomó la denuncia fue al estilo
de “E´lo que hay”. “Si todo funcionara como debería ser, en el lugar que te
robaron debería haber habido policías custodiando, y no los había”. Fin de la
cuestión.
nas se desalientes y digan que no
podrían reconocer a los delincuentes. ¿Cómo puede ser que desde la misma
policía se desaliente el reconocimiento?
En resumen, la inseguridad es una
sensación, y la seguridad, también.