viernes, 28 de noviembre de 2014

Lo que una siesta puede hacer

Como es costumbre mi mamá me endosó una visita sin avisarme. Me enteré justo en el instante previo a comunicarle que terminaba de comer y me acostaba a dormir unos 45 minutos antes de tener que seguir trabajando (Más que merecida siesta). Pero mis deseos se vieron truncados al ser comunicada que tenía que recibir a un vendedor porque ella no estaba. Un vendedor! O sea, cambiar la añorada siesta por escuchar a alguien que te va a mentir y decir maravillas increíbles de sus productos. No. Yo no atiendo a nadie.
Inmediatamente de informada mi decisión procedí a desconectar el timbre y el fijo de mi casa. Nada iba a separarme de mi siesta. Me acomodé y me dispuse felizmente a dormir.
A las 10 minutos siento voces afuera. “Señora estoy en la puerta de su casa….”. Sonamos, llegó antes y encima habla muy fuerte. “Pero como puede ser… que piii que paaaa” (Las quejas del vendedor porque no hay nadie en la casa). Después de unas disculpas escucho que corta. Listo, ahora sí voy a dormir.
Cinco minutos después, otra vez esa voz. Puteada va, puteada viene. Me tuve que levantar a ponerle cara a esa vos potente, y de paso a escuchar lo que decía, y reírme un rato, capaz. Pero cuando pude escuchar (no fue tan difícil porque no sé si mencioné que hablaba muy alto), no me pude reir. Estaba maliciosamente descargándose con uno de sus compañeros o jefes, y diciendo que iba a romper algo de mi casa, pero que esto así no se quedaba. Manso el vendedor. Mi cara se transformó. ¿A dónde está el teléfono? Lo filmo y lo escracho ya!
Lástima que su auto no tenía ninguna señal identificatoria de su empresa y no podía ver la patente.
Me limité a hacer guardia en la ventana. Detrás de la cortina y segura atrás de la reja, cubierta por el anonimato y por el desconocimiento de que había alguien adentro de la casa, me dediqué a observarlo. Cual felino asecha a su presa. Sólo que en este caso yo (o mi casa) era la presa al asecho.
En eso escuché, además del llamado anterior, otra visita pactada frustrada (pobre), lo que creo aumentó su bronca, y una última llamada que podía ser la salvadora. Después de proferir nuevamente su catarata de insultos, llegó la hora feliz del vendedor, armar la cita d la noche con la esposa, novia u amante. Eso lo tranquilizó, creo.
Tuve que buscar los anteojos para poder identificar su cara. De lejos era un cuerpo sin rostro. Cuando pude ver confirmé su cara de loco (que prejuicio!), y mantuve mi postura de vigilancia. En eso lo vi intentar dormir una siesta en la comodidad de su auto (Y yo perdiendo el tiempo de la mía por vigilarlo! Qué injusto!). Esa aparente paz detuvo mi llamada a la policía. Había que hacer algo para que saliera del frente y yo pudiera dormir tranquila sin tener miedo a despertarme y tener el frente de mi casa cubierto de pintura o algo así. Se tenía que ir. Y yo tenía que dormir los…..20 minutos que me quedaban.
Cuando ya estaba enojada por tener que vigilarlo y que él disfrutara de su siesta y yo no, me decidí a llamar. Sería la primera vez que llamaría por “merodeo”(?). Que tenía que hacer? Que decía? Tenía que salir a recibir a la policía? Qué se hace en estos casos? Bueno sí, nunca llamé a la policía.

Mientras debatía entre mis interrogantes suena el teléfono. Sí! Una llamada salvadora! Lo citaron en algún lado. Se puso “contento” porque estaba cerca (si es que ese hombre podía ponerse contento), y se fue!! Sí! Se fue! En eso ya me quedaban 10 minutos de siesta. Ya no valía la pena. La fiaca y el sueño se habían convertido en adrenalina. Y acá estoy escribiendo estas líneas.  Ahora los dejo. Ya empiezo a trabajar. No, primero voy a ver que no haya vuelto a mi puerta. Chau!