Los hombres no entienden nada de nada. Hay que explicarles
todo y aún así no entienden nada. Hoy por ejemplo, es sábado. Ella hubiese
querido que él se lo dedicara completamente. Las 24 horas ociosas del sábado,
uno de los días de la semana en los cuales él no tiene que ir a trabajar.
Es increíble como un pequeño detalle puede transformar las
cosas: una palabra que no se pronuncia, una caricia que queda detenida a mitad
del vuelo, una sencilla promesa que él olvidó por completo, sin mala intención,
pero olvidó.
Para un hombre posiblemente no significa nada, pero para una
mujer, las pequeñeces son la esencia de la felicidad, o la manera de sentirse
amada y recordada.
Hoy por ejemplo, es sábado, y él le ha hecho el amor a la
mañana y enseguida se ha vestido para cumplir un compromiso que solo le
consumirá una hora. No se ha quedado junto a ella, fumando un cigarrillo,
acariciándole el pelo, charlando de tonteras o haciendo planes para más tarde.
Y a ella le creció una lágrima celeste. Primero asomó por un
ojo, luego le cayó por la mejilla y se le metió en la comisura de la boca.
Salada. Su gusto gestó todo un mar de llanto que mojó el corazón, el
pensamiento, ahogó sus ganas de estar contenta, de mirar el ciruelo de adorno
floreciendo en la terraza vecina, de planchar el vestido para ponerse a la
noche.
Ya no quiere salir, ni peinarse, ni comer. Tampoco puede
detener la tormenta que sobrevendrá. Conoce los síntomas pero no puede hacer
nada para enderezar el timón. Su pequeña nave
desesperada chocará horas y horas contra las paredes. Dirá todo lo
contrario de lo que anhelaría decir. Lo pondrá furioso y arruinará este día sin
encontrar el freno para evitarlo.
Y él, en vez de leer entre líneas, en vez de llegar al fondo
de todo y acercarla a su pecho, acunarla un poco, besarle la punta de la nariz
y decirle “Vamos, yo te quiero”, se volverá odioso y violento. O indiferente.
Le echará en cara que no lo deja en paz, que lo controla, que no puede salir
una hora sin encontrar un drama a su regreso.
Ella querrá explicarle, pero la explicación parece tan
absurda… que se callará.
No hay manera de convencerlo de que cuando una mujer se
encrespa y machaca sin parar es porque tiene miedo, está insegura, necesita
cariño, protección y paciencia…
Porque los hombres no entienden nada de nada. Y auqnue ella
se haya enamorado de él, pensando que él no era “los hombres” sino “EL hombre”,
él solamente la considera una mujer, no “LA mujer”, y nunca entenderá lo que le
pasa, ni tratará de entenderlo. Llegará el lunes, el primer silencio de la
semana. Pasarán varios días interminables. La soledad irá solidificando su
costra.
Y un día, un día, de repente, ella dejará de pedir cuentas,
de sufrir por lo que él hace o deja de hacer.
Y lo peor de todo será que a él, entonces, le parecerá que
las cosas han mejorado. Justamente cuando todos los hijos de la unión estén cortados,
y ella haya levantado el último puente levadizo de su corazón, y ya nada que
provenga de él podrá rozarla.
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Hace años me gustaba esta historia, y hoy, en este día gris me acordé. No la encontré en la web, no se si realmente se llama "El último puente levadizo" ni de quién es, pero quería compartirla.