martes, 4 de febrero de 2014

El último puente levadizo

Los hombres no entienden nada de nada. Hay que explicarles todo y aún así no entienden nada. Hoy por ejemplo, es sábado. Ella hubiese querido que él se lo dedicara completamente. Las 24 horas ociosas del sábado, uno de los días de la semana en los cuales él no tiene que ir a trabajar.

Es increíble como un pequeño detalle puede transformar las cosas: una palabra que no se pronuncia, una caricia que queda detenida a mitad del vuelo, una sencilla promesa que él olvidó por completo, sin mala intención, pero olvidó.

Para un hombre posiblemente no significa nada, pero para una mujer, las pequeñeces son la esencia de la felicidad, o la manera de sentirse amada y recordada.

Hoy por ejemplo, es sábado, y él le ha hecho el amor a la mañana y enseguida se ha vestido para cumplir un compromiso que solo le consumirá una hora. No se ha quedado junto a ella, fumando un cigarrillo, acariciándole el pelo, charlando de tonteras o haciendo planes para más tarde.

Y a ella le creció una lágrima celeste. Primero asomó por un ojo, luego le cayó por la mejilla y se le metió en la comisura de la boca. Salada. Su gusto gestó todo un mar de llanto que mojó el corazón, el pensamiento, ahogó sus ganas de estar contenta, de mirar el ciruelo de adorno floreciendo en la terraza vecina, de planchar el vestido para ponerse a la noche.

Ya no quiere salir, ni peinarse, ni comer. Tampoco puede detener la tormenta que sobrevendrá. Conoce los síntomas pero no puede hacer nada para enderezar el timón. Su pequeña nave  desesperada chocará horas y horas contra las paredes. Dirá todo lo contrario de lo que anhelaría decir. Lo pondrá furioso y arruinará este día sin encontrar el freno para evitarlo.

Y él, en vez de leer entre líneas, en vez de llegar al fondo de todo y acercarla a su pecho, acunarla un poco, besarle la punta de la nariz y decirle “Vamos, yo te quiero”, se volverá odioso y violento. O indiferente. Le echará en cara que no lo deja en paz, que lo controla, que no puede salir una hora sin encontrar un drama a su regreso.

Ella querrá explicarle, pero la explicación parece tan absurda… que se callará.
No hay manera de convencerlo de que cuando una mujer se encrespa y machaca sin parar es porque tiene miedo, está insegura, necesita cariño, protección y paciencia…

Porque los hombres no entienden nada de nada. Y auqnue ella se haya enamorado de él, pensando que él no era “los hombres” sino “EL hombre”, él solamente la considera una mujer, no “LA mujer”, y nunca entenderá lo que le pasa, ni tratará de entenderlo. Llegará el lunes, el primer silencio de la semana. Pasarán varios días interminables. La soledad irá solidificando su costra.

Y un día, un día, de repente, ella dejará de pedir cuentas, de sufrir por lo que él hace o deja de hacer.

Y lo peor de todo será que a él, entonces, le parecerá que las cosas han mejorado. Justamente cuando todos los hijos de la unión estén cortados, y ella haya levantado el último puente levadizo de su corazón, y ya nada que provenga de él podrá rozarla.

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Hace años me gustaba esta historia, y hoy, en este día gris me acordé. No la encontré en la web, no se si realmente se llama "El último puente levadizo" ni de quién es, pero quería compartirla.

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